Hacia los 10 meses se introduce en la dieta del bebé un alimento muy completo: el huevo. Su elevada densidad nutricional y su riqueza en minerales y vitaminas, tanto hidrosolubles como liposolubles, lo convierten en un alimento casi funcional, pues son muchas las propiedades funcionales que aportan algunos de sus componentes.
Se empieza la introducción con la yema, porque la clara es más frecuente que pueda causar alergias.
Inicialmente hay que dar la cuarta parte y progresivamente aumentar a un tercio, la mitad, hasta llegar a la yema entera en una comida, siempre en forma cocida. Hay que procurar no pasar de 2 yemas a la semana.
El huevo combina bien con muchas preparaciones: puré de verduras, sopas e incluso papillas de cereales. De los 12 a los 15 meses se puede empezar a ofrecer huevo entero, que puede ser hervido, en tortilla, o frito en poco aceite.
En cuanto a su composición, la yema contiene más grasa que proteína, mientras que la clara prácticamente es toda agua y proteína. La grasa es bastante insaturada y con alto contenido en colesterol. La proteína del huevo se considera de alto valor biológico, porque contiene todos los aminoácidos esenciales y en unas proporciones muy similares a las que necesita nuestro organismo. En lo que respeta a los micronutrientes, destacan el hierro, fósforo, zinc, calcio, selenio, magnesio, las vitaminas B2, B12, folatos y todas la liposolubles (A, D, E y K).
El color de la cáscara no tiene ninguna relación con el valor nutricional de los huevos. En cambio, sí que es interesante saber que la fracción de ácidos grasos es modificable a través de la dieta de las gallinas y podemos encontrar huevos enriquecidos con omega-3 que se han conseguido de piensos enriquecidos en estos mismos ácidos grasos.
Etapa vital
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