Casi desde el momento de la implantación del óvulo fecundado en el útero comienza una intercomunicación materno-filial celular y con implicaciones emocionales y afectivas.
La relación materno-filial empieza desde el inicio de todo. Cuando el embrión está atravesando las Trompas de Falopio maternas, ya está enviando avisos moleculares a los que la madre responde. Así, se inicia la simbiosis de los nueves meses de gestación.
Esta simbiosis e intercomunicación es, desde el punto de vista biológico, necesaria para que el cuerpo de la madre no rechace, activando sus defensas, al nuevo “ente” que en él habita. Se produce así lo que se conoce como “tolerancia inmunológica”.
Además, el vínculo entre madre e hijo se retroalimenta. Es de sobra conocido todo lo que la madre aporta al feto en desarrollo, pero, según un estudio de la Universidad de Navarra, también el feto realiza aportaciones a la madre. Se han observado células fetales (llamadas PACP, con gran capacidad de regenerar) en diferentes órganos de la madre (piel, hígado, pulmón...), en su médula espinal, guardadas como reserva o en su torrente sanguíneo. Según se ha podido comprobar, estas células fetales pasan a la madre a partir de la cuarta semana y la madre las conserva toda la vida. Estos estudios científicos han sido considerados de alta relevancia y han sido publicados en prestigiosas revistas científicas como Nature o Neuroscience, entre otras.
Por otro lado, el vínculo también es emocional. El embarazo tiene unas implicaciones directas en las emociones de la madre: se desactiva la hormona cortisol, reduciendo el estrés, y, con los movimientos del feto a partir del cuarto-quinto mes, se libera oxitocina, relacionada con la confianza. De hecho, esta oxitocina que promueve el bebé en la madre se va almacenando hasta el parto, cuando es liberada (lo que explica la depresión posparto).
Etapa vital
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