Para merendar, para picar entre horas o para una cena improvisada, los embutidos son muchas veces la tabla de salvación para los padres. Pero no todos tienen las mismas propiedades nutricionales ni se pueden tomar igual de a menudo. Te guiamos para que ofrezcas a tus hijos lo que más les conviene.
Los embutidos suelen tener una buena aceptación entre los más pequeños y se convierten en los aliados perfectos a la hora de la merienda o la cena. Pero no todos ellos son igual de saludables y conviene tener en cuenta sus características nutricionales para ofrecérselos a los niños en la cantidad adecuada. En general, se elaboran con carne de cerdo aliñada con especias, pimentón y sal y se introducen en la piel de tripas de cerdo y después se curan. Son ricos en proteínas pero también en grasas saturadas y en sal, de ahí que haya que moderar su consumo. En general, se pueden ofrecer un par de veces a la semana una ración de 30 o 40 gramos.
Conviene evitar los embutidos grasos, tipo chorizo, salchichón, salami... El jamón ibérico es la mejor opción, pues apenas tiene aditivos y grasas añadidas, por lo que incluso se puede aumentar su ingesta con respecto a otros. Sus grasas insaturadas son más adecuadas para nuestra alimentación que las saturadas de otros embutidos y especialmente las variedades de jamón ibérico aportan vitamina E, un antioxidante natural.
Dentro del grupo de embutidos cocidos está el jamón de York, que se elabora con el músculo del cerdo, y el fiambre de pavo. Ambos son buenas opciones, que tienen a su favor que aportan poca grasa y se digieren bien. Combinadas con fruta como manzana o piña son una excelente opción para un sándwich ligero.
Por último, las salchichas se preparan utilizando las partes menos nobles ya sea del cerdo, del pavo, del pollo… por lo que conviene moderar su consumo y dejarlo en una vez por semana.
Etapa vital
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