En el nacimiento, el olfato es uno de los sentidos más desarrollados del bebé. Aunque en la vida adulta no demos a este sentido demasiada importancia, en la etapa inicial del bebé, es una de sus mejores guías.
Nada más nacer, los bebés nacen con ciertos sentidos prevalentes como la vista aún por desarrollar. El olfato, en cambio, nace completamente desarrollado y es el sentido que les permite guiarse, por ejemplo, para identificar a su madre o padre, con la consiguiente sensación de seguridad de su presencia.
De hecho, los bebés ya pueden oler desde antes de nacer. Diversos estudios han demostrado que pueden vincular el olor del líquido amniótico con el de su madre. El olfato es, además, un sentido muy importante para su alimentación. Y es que el reconocimiento del olor de la madre, así como el de la leche, facilita que empiecen a mamar poco después de nacer sin apenas ayuda.
Todo esto explica por qué los bebés encuentran tan calmante el contacto con una prenda que tenga el olor de su madre, ya sea para calmar el llanto o para dormir mejor. Especialmente durante sus primeros meses, cuando su principal, fuente de reconocimiento de su entorno viene del contacto y del olfato.
En este sentido, las madres también sienten los efectos de la estimulación del olor. Estudios como uno realizado por la Universidad de Montreal demostró que el olor de sus bebés estimula en el cerebro de las madres unos mecanismos de recompensa similares a los que se activan al probar un alimento que nos gusta. Es decir, el olor de sus bebés contribuye a una sensación de bienestar.
Etapa vital
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