Ácido, dulce, salado... anima a tu pequeño a probar y disfrutar todos los sabores que ofrecen los alimentos. Si lo haces como un juego, poco a poco y sin agobiarle, educará el sentido del gusto y encontrará placer en todo lo que coma. Así se estimula su sentido más vital.
Dar a probar a tu peque los diferentes sabores es un proceso delicado que hay que realizar con paciencia y mucho respeto. Así conseguirás que se acostumbre a toda la paleta de sabores:
- Dulce: Es el más llevadero para él porque el líquido amniótico es dulce; por eso le resultará conocido, natural y agradable. El dulce se percibe en la punta de la lengua, y la leche materna también tiene este sabor.
- Salado: Suele ser un sabor indiferente para todos los niños porque hasta los cuatro meses las proteínas sensibles al sodio no emergen en sus papilas gustativas. Que lo disfrute suele ser mucho más fácil que los sabores ácidos pero más complicado que los dulces.
- Ácido: Difícil, sin duda, este escalofrío gustativo; aunque a algunos pequeños les gusta por ser refrescante –sobre todo, si están con la erupción de los dientes–. Se percibe en los bordes superiores de la lengua y en los laterales de esta.
- Amargo: Cuando los niños son muy pequeños tienen una defensa natural que hacen que arruguen la nariz o saquen la lengua al detectar los sabores amargos que activan las papilas de la parte central posterior de la lengua. Esto evita que los pequeños se traguen sustancias tóxicas o alimentos en mal estado.
¿Qué hacer? ¿Te limitas al dulce y un poco de salado? ¡No, no le prives de más sensaciones! Lo mejor es insistir sin agobiar. Se empieza a probar con una cucharada; si ves que le gusta, sigues; si no, hay que esperar, al menos, al día siguiente. ¡Y trabájatelo! Antes de entrarle por la boca le tiene que entrar por el ojo: una pequeña cantidad de esa comidita nueva, colocada con gusto en un plato divertido y bonito es mucho más apetecible que un plato enorme sin ningún encanto.
Etapa vital
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